¿Por qué ser egoísta? Habiendo tanto que aprender, tanto que ver, tantas cosas buenas que conocer para el futuro , por qué no dar una oportunidad igual a los demás?

Uno no logra comprender la magnitud de los pequeños actos, encuentros y momentos de su vida hasta que adquiere cierta edad. No es una cuestión matemática, sino más bien evolutiva. Las hormonas comienza a acallarse, las ansias por experimentar se han saciado, el mundo se ha vuelto más conocido y entonces uno elige entre dos formas de continuar su vida:

  • La nostalgia por lo que fue, la tristeza-frustración-enojo por lo que no pudo ser  o...
  • La contemplación de mi verdadero ser y la urgencia de imprimirme en mi entorno, dejar una huella.

Con los años puede parecer que la pasión se desvanece: uno se anquilosa un poco, se deja invadir por la cotidianeidad y se opaca con miles de pequeñeces sentidas como obligaciones.

Sin embargo, los años nos brindan la madurez de la experiencia vivida y deberían avivar la pasión por hacer. Ahora somos grandes, tenemos recursos o sabemos cómo obtenerlos, hemos sabido forjar relaciones que nos fortalecen, sabemos diferenciar fantasía de sueño y comprendemos que sólo en comunidad podremos generar un cambio efectivo y real en nuestro entorno. Conocemos nuestras limitaciones y apostamos por nuestras capacidades.

Con la edad todo se vuelve más nítido, siempre y cuando estemos mirando el presente y no vueltos hacia el pasado de lo que fuimos o lo que hubiéramos anhelado ser .

Cuando el deseo se serena y los mandatos pierden impulso... allí surge nuestro verdadero Yo, pisando fuerte y sembrando futuro. Cuando dejamos de lado el berrinche por la muñeca que no nos compraron y comprendemos que lo que nos sucede siempre es para nuestro bien, aunque de momento no lo veamos así... entonces, en ese instante, se devela el verdadero sentido de nuestra vida.

Claro que para algunos es más sencillo que para otros.

El agua como metáfora

Al observar las conductas humanas se me viene esta imagen: cuando uno cae al agua sorpresivamente tiene dos opciones claras: patalear desesperadamente y luchar por no ahogarse -sin comprender que es el miedo el que nos ahogará después de todo- o elegir  relajarse y confiar que el cuerpo solo saldrá a flote. Podemos observar también, un tercer grupo, el de los que saben nadar, ellos podrán elegir un estilo y acercarse a la orilla a voluntad.

Esta analogía es un poco lo que vivimos a diario: personas que se resisten al cambio, que quieren permanecer en el estado en el que se encontraban y siempre luchan sin conocer en el fondo de lo que son capaces. Otras personas, aprenden a confiar en sí mismos y cuando las situaciones les son adversas o no las comprenden del todo, se quedan quietos... avanzan dejándose llevar por la corriente. El tercer grupo tiene un saber y un propósito, sabe sacar lo mejor de las situaciones adversas porque comprende que son transitorias. Sabe hacia dónde quieren ir y hace uso de su voluntad para llegar allí.

Cuando uno conoce el verdadero sentido de la vida, su propia existencia se convierte en algo maravilloso.

Hacia una comunidad de nadadores

La teosofía es algo así como el aprendizaje del nado sincronizado: es valioso aprender a nadar, pero más valioso es aprender a gestar una comunidad de nadadores en donde cada uno es importante para el resto, pero en conjunto somos fundamentales para el mundo. Así, la gran familia humana da inicio a un cambio de paradigma: dejar de pelear o de flotar y comenzar a tomar posesión de nuestras capacidades innatas.