Entrenamiento: educar con magia

Creo que la reflexión educativa se asemeja mucho a la meditación, uno no está con los ojos cerrados… pero comienza a ver con la misma nitidez de la certeza el mundo a su alrededor.

Educar es meditación en acción, o al menos así debería ser. Educar es esparcir la magia, inspirarnos e inspirar. Educar es aspirar y accionar por  un mundo más justo para todos, un mundo en el que el valor esté puesto en las personas, un mundo en el que sea más importante Ser que tener o saber. Educar es equilibrar… y equilibrar es un proceso alquímico.

Se pierde la magia cuando nos dejamos atrapar por la rutina, el formalismo; cuando dejamos de sentirnos como parte fundamental del desarrollo humano (del propio y del ajeno); cuando dejamos de sorprendernos; cuando dejamos de reflexionar acerca de nuestras propias acciones y perdemos coherencia entre el decir, el pensar, el sentir y  el hacer. Nuestro polvo de hadas se convierte en sólo polvo, nuestros propósitos en deseos y nuestro rol se opaca hasta quedar reducido a transmisor de conocimientos.

Cuando hablo de educador no me refiero sólo al ser docente. Ser educador es ser humano.

Moviendo nuestra varita mágica

Estamos atravesando tiempos difíciles, tiempos de dolor, desconcierto, impotencia, inercia, maldad, egoísmos, ignorancia, esclavitud. Si algo hay que aprender en estos tiempos es a estar alerta (sin temer) y tomar el compromiso de acompañar a quienes más nos necesitan en el momento que se nos presente.

Podemos acompañar a un anciano que se encuentra perdido en el laberinto bancario de tarjetas, tramites y malos tratos; podemos acompañar abrazando a un niño que sufre y se manifiesta violento o arrogante; podemos acompañar escuchando, dando una palabra de aliento; podemos acompañar dando el ejemplo en cada instante; pidiendo perdón, perdonando; saliendo a la calle a manifestarnos; sonriendo; comprendiendo; reflexionando en voz alta.

Si educar es extraer las potencialidades latentes y nutrir, cómo podríamos hacer lo uno y lo otro sin un toque de maravilla, sin renunciar a mirarnos el ombligo, sin entregarnos amorosamente, sin confiar en la grandeza de quien educamos y sin confiar en nuestra propia luminosidad y capacidad nutricia.

Solo siendo maravillosos, sintiéndonos maravillosos podremos educar con magia y colaborar en la construcción de un mundo brillante, de mil colores complementarios y una sola realidad: el amor y la fraternidad.

[Este artículo fue publicado en TuRemanso en junio de 2012]

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