El origen axiológico de la violencia

Hoy la realidad social nos mantiene atrapados en una vorágine de violencia física, psicológica, económica y social. Violencia de muertes y hambrunas, de indiferencias, resentimientos, mentiras e injusticia.

El vacío axiológico que experimentamos nos hace ir a la deriva, ir a la deriva genera desconcierto, este desconcierto produce miedo y el miedo engendra violencia.

Tan simple y tan complejo como eso: nos dedicamos a combatir los efectos sin percatarnos de las verdaderas causas. Estamos tan ocupados de las formas que nos olvidamos de la esencia de las cosas.

Cuando hablamos de principios axiológicos definidos, hablamos de modelos. Pero ¿qué es un modelo? Lamentablemente este concepto se ha ido modificando con el tiempo y hoy un modelo es alguien bello, extremadamente delgado, que se sabe mostrar: un envase. ¡Un envase! Nos  encontramos frente a la cosificación del ser humano, su valor radica en su apariencia. Ya no es un fin en sí mismo, es un medio para negociar, vender, comprar, permutar.

Como una cosa, el ser humano pasa a ser algo usable: una percha, un voto, un beneficio posterior…

¿Quién no se revelaría frente a su propia cosificacion? ¿Quién no temería perder su humanidad? ¿Quién no se resistiría a ser devorado por la imagen? ¿Quién aceptaría pasivamente no contar con nadie, en medio de una multitud? Puede que quizás algunos pretendan alcanzar esa quimera, puede que algunos estén tan golpeados o adormecidos que no reaccionen inmediatamente, pero en algún momento de su existencia es inevitable el replanteo y la contradicción.

La violencia no es una causa, es un efecto. Es el efecto de la desidia, de la soledad, del miedo, de la impotencia, de la soberbia, del odio. La violencia se manifiesta de muchas formas, algunas insospechadas que pasan incluso desapercibidas: negar un saludo, mirar para otro lado cuando cruza un ciego, arrojar un papel a la calle… son gestos de violencia, son actos que nos cosifican al despreciar al otro como identidad, como individualidad, como alma.

Que el análisis comience con nuestras pequeñas acciones cotidianas, “lo macro” siempre termina siendo un reflejo de “lo micro”.

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